Epílogo de mi libro: Equilibrio
He pasado una vida completa tratando de hacer cambiar a las personas a mi alrededor porque entendía que si eran de la forma en la que yo deseaba, ellos serían felices. Toda una vida desgarrándome a mí misma por lo que yo creía que era “amor” a los demás, juzgándolos porque yo en su lugar hubiera actuado de manera distinta. Toda una vida siendo incapaz de comprender y de respetar el proceso de cada uno, su aprendizaje y su lección en mi propio camino. Permanecí muchos años inmersa en conceptos errados y tan arraigados en lo más profundo de mis huesos que debí transformar por completo todo mi ser para sobrevivir. La única manera que tuve de modificarlos, una vez que logré reconocerlos, fue muriéndome.
Me deconstruí hasta llegar al mismísimo polvo, hasta volver a nacer.
Entonces, tuve el valor de comprender que todo lo que había vivido me lo había hecho yo misma: absolutamente todo. Aún cuando las acciones de los demás eran las más atroces, aún cuando resultaba extremadamente difícil entender que el impacto de las desgarradoras consecuencias de sus actos me las causaba yo misma y no ellos a mí.
Cuando tomé mi responsabilidad como adulto, cuando fui capaz de perdonarme por incontables daños y dolores. Cuando acepté que sencillamente todo es perfecto de la forma en que es. Cuando pude integrar las lecciones para seguir en este mundo‒escuela hasta que mi alma decidiera que ya cumplió con su misión. Cuando logré identificarme en cada persona y en cada situación que experimentaba. Cuando entendí que siempre había sido yo misma reflejada en todos y en absolutamente todo. Cuando aprendí que el juicio a los demás era en realidad hacia mí misma, que el odio hacia los demás era hacía mí, que las decepciones, las traiciones, los abandonos, el amor, el respeto que los demás me brindaban era yo haciéndomelo a mí misma… la magia ocurrió.
Me di cuenta que somos espejos perfectos en un intercambio infinito de vibraciones que serán positivas o negativas según nuestra decisión. Comprendí que soy yo y soy él, también soy ella y aquel, y viceversa; porque somos una red que proviene de un mismo centro, somos todos y somos uno, no hay bien ni hay mal, no hay luz u oscuridad, no hay dolor o felicidad, sino energía vibrando en distintas intensidades. Estamos construídos de percepciones subjetivas basadas en la información que traemos desde antes de encarnar, moldeadas de acuerdo al entorno en el que fuimos criados, a las personas que nos abrazaron y a las que nos golpearon. Formamos nuestro carácter según las voces que nos hablaron y los ojos que nos miraron, elaboramos su estructura de acuerdo a las palabras que cada uno absorbió… Las percepciones fundamentadas en nosotros mismos van creando nuestra realidad con el fin de aprender para, luego de haber adquirido las lecciones necesarias, volver a nacer en una misma vida, una y otra vez, una y otra vez.
La sanación no es un camino fácil ni brillante, es más bien oscuro y aterrador, tanto así como lo sean tus tormentos. Se requiere de mucha fuerza y determinación a no abandonar el proceso, a no abandonarTE. Pero doy fe y te aseguro que una vez emprendés el camino, es muy fácil conseguir el objetivo porque lo único que se necesita es la fuerza más potente de la existencia, esa fuerza que es innata en nosotros, la esencia de todo: el amor. Tenemos que amarnos a nosotros mismos, amarnos como merecemos, para así, y solo así amar al resto después.
Es el amor y su enseñanza del equilibrio. En estos conceptos yace el secreto y su magia que nos regala el milagro supremo de la existencia: la oportunidad de vivir en la tierra el cielo prometido.
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