Del pánico al amor
- Angeles Bugnon

- 30 ago
- 7 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 días
El día 13 de agosto de 2024, llegué al pueblo de Amed en Bali para realizar un curso de buceo que iniciaría el día siguiente. Esa noche, comencé a sentir fiebre, tenía malestar en mi panza y me encontraba sin fuerzas. En la mañana siguiente, mi estado empeoró; entonces, cancelé el curso y me quedé todo el día en cama. Me sané con el mantra RAM, el sonido sanador del bazo y la orden de mi cura inmediata. Al otro día, ya me había recuperado pero reprogramé el curso para más adelante.
El 3 de septiembre de 2024, regresé a Amed para completar el curso. Realicé el primer día de teoría y en la tarde la práctica en el mar.
¿Qué experimenté al momento de ingresar al agua con el equipo y traje de buceo?
El mar me mueve y pierdo el control de mi cuerpo, no veo, no puedo respirar. Me paralizo de miedo como con nada en la vida, no puedo pensar, no escucho. Siento un nudo en la garganta, se bloquea mi garganta por completo. Me siento sofocada, tengo mucho peso encima. Estoy debajo del agua y no puedo respirar, sé que debo respirar por la boca pero no lo hago, mi cuerpo no responde. Solo quiero tierra firme y estabilidad. Solo estabilidad y firmeza. ¡Basta de inestabilidad!
Le dije a la instructora que no podía hacerlo y ella me decía que sí podía. Pero yo no quería, me paralicé de miedo por primera vez en toda mi vida, no reaccionaba, quedé nula. Entonces, ella me ayudó a salir. Me senté en la arena, estaba en pánico. Me hablaba a mí misma: “¿Qué es esto?” “Debo observar. Ok, tu cuerpo no responde, tu mente tampoco, observa, observa.” No estaba eufórica ni agitada, estaba paralizada y perdida. El bloqueo en la garganta se hizo más intenso, insostenible, y empecé a llorar. Suavemente, no mucho, porque noté que las personas me observaban.
A medida que pasaban las horas, comenzó mi proceso de entendimiento y aquí les compartiré lo que escribí en mi diario para estudiarme y aprender:
Me cuestioné a mi misma: ¿Es que todos los miedos están para enfrentarlos y superarlos? ¿O algunos están para aceptarlos como son y vivir acorde a ellos?
En el agua, cuando comencé a sentir los síntomas del pánico, vino a mí la sensación de molestar, de ser una molestia para el otro. Pensé que estaba arruinando la jornada de práctica, pensé que estaba molestando a la instructora y a mis compañeros. Aquí, debo entender que yo no soy un problema ni una molestia por tener mis propias necesidades y requerimientos.
Reconocí mi patrón de querer obligar a que mi cuerpo hiciera cosas que le resultaban inseguras en lo más profundo de sus átomos. Mi cuerpo ya me había avisado la primera vez que intenté hacer el curso que no deseaba realizarlo. Desde que tengo noción de existir, mi mente sabe que puede todo, pero la memoria de mi cuerpo es más fuerte, mi mente ha obligado a mi cuerpo a quedarse en la incomodidad por diferentes razones. He vivido gran parte de mi vida con esa forma de comportarme: me exponía a situaciones de inseguridad solo porque sabía que era capaz de hacerlo o soportarlo, por “amor” a los demás, por ideas de vida erróneas; pero, al hacerlo, solo acumulaba tensión en mi cuerpo. En mi pasado, no escuchar a mi cuerpo e ir en favor únicamente de mi mente solo ha causado que lo lastimara profundamente. Hoy, mi cuerpo ya no quiere más eso. ¡Mi cuerpo quiere seguridad! Mi cuerpo quiere tranquilidad y paz.
Hoy aprendí que si me toca sanar algo que involucra a otras personas, esta es la única forma de sanar para mí: en un entorno sano para mí también, bajo condiciones seguras para mí, contención y ambiente adecuados para mí. ¡Basta de adaptarme a las condiciones externas por no querer molestar! Se puede sanar, ¡sí! Despacio. Bajo condiciones seguras que permitan que el miedo que aún reside en las capas más profundas de mi cuerpo se transmute.
¿Cómo se hubiera evitado mi malestar en la clase práctica?
• si hubiera contratado un entrenamiento personalizado
• si hubiera estado con alguien cercano a mí que me contenga y apoyara durante ese proceso. Sé que lo hubiera intentado de nuevo, sé que puedo hacerlo, pero hoy sé que no quiero hacerlo más sola
Una vez en mi habitación del hotel, observé cómo mutaban mis emociones y las sensaciones en mi cuerpo. Escribí en mi diario:
¿Qué siento? Siento enojo por tener miedo y también siento enojo por estar sola con mi miedo, otra vez. Mi mente me recuerda que cuando pasé mis miedos más grandes me encontré sola, y me llena con recuerdos de mis peores momentos de desesperación. Pero elijo no alimentar ninguna posición de víctima y le ordeno que me diga qué es lo que debo aprender. La respuesta llega con claridad: la ausencia de contención emocional en mi infancia causa que si alguien lo hace, si alguien se interesa u ocupa de mi estado de dolor, me sienta una molestia y enseguida busco minimizar lo que siento para mostrarme fuerte, para no molestar, para ser buena, para no parecer egoísta, para que no crean que solo quiero atención.
¿Cómo sano? Reconociéndome yo misma como importante, validando lo que siento y expresándolo en un entorno seguro que sea capaz de contenerme sin hacerme sentir que es una molestia cómo me siento; es decir, validando que lo que siento es REAL e importante. Entonces, primero reconozco que, como ser humano, yo soy importante y lo que siento es válido y digno de honrar. Segundo, trato a esa parte vulnerable de mí con comprensión, contención y respeto. Para luego, con mi sistema nervioso en calma, discernir si con quien elijo compartir mi vulnerabilidad es un contenedor seguro o no.
Resúmen práctico de todo el proceso de aprendizaje:
¿Qué hice exactamente durante toda esta experiencia?
1. Desde que emergió, me mantuve atenta y observadora. El haber atravesado diferentes episodios de sanación somática con terapias de constelación, yoga y otras técnicas, me permitió reconocer en esa situación caótica la oportunidad de sanación y consecuente liberación. Observé todo lo que pensaba mi mente y sentía en mi cuerpo, sin juicio, para permitir salir todas las emociones que querían manifestarse desde el fondo de mi ser, porque cuando le damos luz a lo que ha estado oculto, tomamos su control en vez de ser controlados por ello.
2. Lloré, me permití expresar y aliviar la carga a través del llanto, mientras mi consciencia superior permanecía como observadora de todo el proceso.
3. Una vez identifiqué las emociones y las pude nombrar, apliqué el sonido sanador para la emoción original: tristeza. Seguí con técnicas de pranayama para purificar mis canales energéticos.
4. Cuando mi sistema nervioso se encontró en calma, comencé a polarizar mi vibración hacia emociones positivas de amor y gratitud a voluntad, para sellar la herida con Polaridad Mental. Repetí en voz alta y con cada átomo de mi cuerpo afirmaciones opuestas al estado de miedo y tristeza. “Todo está bien y yo estoy a salvo” “Yo confío en mi intuición, yo amo y honro a mi cuerpo” “Mis sentimientos son válidos y dignos de respeto” “Dios me protege y me sostiene en su infinita compasión” “Agradezco la lección de vida y confirmo que he aprendido la enseñanza” “Yo respeto mi bienestar, yo honro y protejo lo que a mí me hace bien”.
5. Mantuve ese estado de conexión el mayor tiempo posible, mientras sostenía mi consciencia superior presente conmigo, conteniendo el estado que atravesaba esa parte herida de mi ser. Mi consciencia superior, Dios en mí, estaba reparentando a esa niña herida en mí con todas las herramientas de amor disponibles. Me abracé hasta el infinito y me amé con todas mis fuerzas. Dormí y descansé en el eterno amor de Dios.
6. Al otro día, decidí rechazar la oferta de la escuela de buceo para continuar con el programa y me regalé un día de spa. Con absoluta certeza, comprendí que eso me hizo sentir muy tranquila.
7. Regresé a la playa donde sucedió el pánico y contemplé uno de los amaneceres más preciosos del mundo. Expandí la gratitud hacia toda la vida, fui inmensamente feliz con la decisión de no realizar el curso y reforcé el compromiso con mi bienestar.
Esta experiencia terminó de imprimir en mi consciencia un aprendizaje que comenzó hace algunos años: La herida emocional no sana cuando logramos hacer “sin ser afectados” lo que nos la activaba, tampoco sana cuando evadimos vivir para no reactivarla, sana cuando nuestro sistema nervioso siente que está seguro al confiar en nuestro discernimiento de colocarnos en situaciones positivas y constructivas, y de protegerlo cuando fallamos en el primer caso. Luego de comenzar a sanar internamente, los avances no se desvanecen. Sí, debí desafiar mis pensamientos y reacciones físicas para salir del estado inicial negativo al comienzo de mi proceso de sanación en esta vida, año 2018. Pero una vez que ingresé al siguiente nivel de vibración: las señales físicas y mentales están más limpias, puras y brillantes; entonces, se convierten en señales divinas, NO en patrones dañinos a desafiar, como lo hice antes. La técnica de “ir en contra de mis pensamientos” al inicio se convirtió en obsoleta y saboteadora luego de elevar mi frecuencia energética, esa técnica fue útil para mi nivel de consciencia en 2018, cuando vivía en una frecuencia muy baja y densa; pero una vez que subí de vibración energética como consecuencia de la sanación, la técnica debía ajustarse correspondientemente al nuevo nivel de consciencia. Hoy comprendí que la claridad de mis señales internas e intuición provienen de la seguridad que nace del conocimiento de las Leyes Universales y de mi conexión interna con Dios.
Namasté
Balance 📖
Yin Code 📖








Comentarios